El Poder del Amor |
El Poder del Amor
Por
Alastair McIntosh
Durante
los últimos cinco años, he tenido la poco usual experiencia, para un cuáquero
pacifista, de que se me pida hablar cada año ante 400 militares de alto rango
en la escuela militar Joint Services Command and Staff College, la
principal institución castrense de Gran Bretaña. La
audiencia está compuesta por asistentes de 60 países diferentes. Oficialmente,
mi tarea consiste en hablar acerca de ‘la influencia que las organizaciones no
gubernamentales tienen sobre el gobierno’. Estoy aquí para compartir estudios
de caso sobre el desarrollo de campañas, tales como la reforma agraria en
Escocia y la batalla que detuvo el proyecto de la pedrera Harris, que habría
reducido una de las montañas sagradas de Escocia a un montón de piedras para
asfalto. Pero en realidad he venido a hablar sobre lo que se encuentra en lo
profundo, entre líneas, en ese gran frente de batalla que es lograr la paz en
un mundo de fracturada justicia social y ecológica. “Usted
está aquí para ponernos a pensar”, me dice el Director Académico. “Todos
estamos aquí porque deseamos la paz. Nuestros hombres y mujeres buscan la paz
tanto como usted. El reto es cómo lograrla.” Muchos militares piensan que el
pacifismo sólo puede existir mientras existan las armas nucleares. Sin
embargo, una y otra vez me dicen, “Necesitamos
gente como tú para que nos recuerde dónde están los límites”. Y esto es lo
que hace este encuentro tan interesante. Uno no se imaginaría que a los
militares les importa mucho lo que los pacifistas piensen, pero a muchos de
ellos sí. Su objetivo implícito es sentirse “seguros” de que aunque son
‘pecadores’, están ‘justificados’ Mi
objetivo es mostrar que la no violencia es una fuerza de cambio que emplea el
poder de manera efectiva pero nada tiene que ver con la cobardía. A manera de
reciprocidad, dejo que me cuestionen, aceptando que efectivamente es posible que
todos estemos ocupando diferentes posiciones en este frente de batalla para la
paz. Es posible que sin su resguardo nuclear, nunca hubiera surgido la libertad
de cuestionar su ética Quién
sabe, quizás como parte de los secretos y misterios del universo, el mundo
necesita de ambos: los que pelean y los que están completamente comprometidos
con la no violencia. Quizás exista una relación más compleja de la evidente
entre la guerra y la paz. Cuando algún soldado se me acerca después de dar mi
charla y me pregunta si debería dejar las fuerzas armadas, les cuento lo que
George Fox, el fundador de la tradición cristiana conocida como cuaquerismo, le
dijo a otro cuáquero, William Penn (fundador del estado de Pennsylvania en
Estados Unidos). Penn estaba preocupado porque no sabía si debería seguir
portando una espada. Fox le aconsejó, “Úsala mientras puedas” “Cuando
recién ingresamos a las fuerzas armadas las cosas eran sencillas”, me han
dicho muchos oficiales. “Los rusos estaban allá, nosotros estábamos acá, y
era nuestro trabajo mantener así las cosas. Hoy día, a menudo es menos claro
el porqué estamos peleando. Es por esto que estamos abiertos a gente como usted. Es
imposible no sentirse conmovido e impresionado. Éstas son personas de
integridad y dignidad. Efectivamente, al calor de la guerra la gente decente
puede hacer cosas terribles. Pero la emoción de poder atacar no es, de ninguna
manera, la razón por la que el noventa por ciento de ellos están aquí Conforme
nos vamos sintiendo más cómodos los unos con los otros y mi presentación
llega a su fin, como mísiles empiezan caer las preguntas. Aunque es una especie
de fuego amistoso, estoy acorralado. “Entonces,
¿qué haría usted con relación a las inspecciones de armas”?, me pregunta
un policía militar de alto rango “Empezar
por inspeccionar Faslane – nuestra propia base nuclear submarina.” “¿Y
Saddam?”, me cuestiona un comandante de la armada. “Un
‘monstruo’ creado por nosotros”, sugiero. “¿Dónde estaban ustedes
cuando Occidente le dio armas y él gaseó a su propio pueblo? ¿Qué estaban
ustedes haciendo cuando gente como yo mandábamos nuestras cartas de Amnistía
Internacional al Primer Ministro y nos ignoraban o nos tomaban a la ligera?” “¿Y
qué haría usted si alguien atacara su casa?”, me pregunta un oficial naval
de Kuwait. “Ya
me ha sucedido, cuando estaba viviendo fuera del país”, puedo responder.
“Se llevaron todo mientras amenazaban con un cuchillo a una amiga que dormía
en el piso de abajo con nuestros hijos. Si hubiéramos tenido un revólver, como
muchos extranjeros, a ella seguramente la hubieran degollado.” “¿Y
qué me dice de la violación sexual?”, interviene un piloto. Así
que les cuento una historia verdadera sobre la no violencia. Era 1995 y yo
estaba viviendo en un hermoso pero violento país del tercer mundo. Yo era amigo
cercano de la familia de un profesor de historia australiano que trabajaba en la
universidad—como yo, también era un cuáquero—. Una noche, 14 jóvenes de
un barrio pobre cercano rodearon el auto de su hija de 17 años. La secuestraron
y entre todos la violaron. Normalmente,
la policía hubiera arreglado esto a ‘ojo por ojo’. Hubieran ido a destrozar
el barrio y golpear a la gente. Pero en esta ocasión no fue así. La hija pidió
a su padre con firmeza que encontrara una manera de “tocar sus corazones”.
La violación sexual sólo se puede dar en la ausencia de empatía. Para romper
el ciclo de abuso, es necesario reestablecer la capacidad de sentir. La
familia le pidió al jefe de la policía que no hubiera represalias. El padre y
yo fuimos al barrio y pedimos hablar con los líderes. Dijeron estar muy
apenados por lo sucedido. Era difícil para ellos controlar a sus jóvenes que
estaban amargados por la pobreza y desesperanza. Se sentían aliviados de no
haber sufrido una paliza. Les
dijimos que la chica deseaba que se suavizaran los corazones, no que se
endurecieran. Ella deseaba lo que en la cultura de estas personas fuera una
ceremonia adecuada de confesión y reconciliación. De
tal forma que luego nos encontramos frente a las puertas de la universidad y
toda la gente del barrio llegó para ofrecer disculpas en medio del sonido de
tambores y la ofrenda de muchos regalos. A la cabeza de la procesión iban 14 jóvenes.
Muchos tenían lágrimas en los ojos. No se esperaban tal muestra de humanidad. Aunque
la tasa de reincidencia posiblemente no sería de cero, sí sería mucho menor
que si se les hubiera pagado con la misma moneda. Efectivamente, se habían
tocado corazones. Esto también sugiere un contraste muy importante entre la
violencia y la no violencia. Éstas operan en diferentes escalas de tiempo. La lógica
de la violencia sólo tiene sentido en el corto plazo. La no violencia, sin
embargo, implica un enfoque de largo plazo y de visión más amplia. Algunos
de los militares presentes le dan poca importancia a este tipo de historias.
“Admiro su valor”, dicen, “pero francamente, creo que usted está loco.
Quizás las cosas funcionan así en el cielo, pero no es una manera realista de
enfrentar al mundo.” Otros
ven que la no violencia es una manera diferente de lograr el poder. Se trata de
cómo el amor del poder cede al poder del amor. Finalmente, es preferir morir
que matar. Se trata de que uno diga: en efecto, uno tiene el derecho
proporcional de atacar en defensa propia, pero uno también tiene la opción de
renunciar a ese derecho. Estamos hablando de un poder que puede ser mayor que la
fuerza coercitiva o la sicología del miedo. Estamos hablando de la sicología
del convencimiento. Estamos hablando, incluso, de la espiritualidad de la
transformación. En
mi experiencia, y ya he hablado ante algunos 2,000 oficiales de alto rango, los
militares sienten respeto por esto. No soportan a los cobardes, pero sí tienen
tiempo para aquellos que, como cualquier guerrero, se enfrentan a la muerte cara
a cara. Saben, también, que cualquier tonto puede vivir en conflicto, pero que
se necesita de valor para vivir en paz. Concluyo
haciendo énfasis en que lo que tenemos en común es la disposición a morir por
nuestras creencias. La diferencia, sin embargo, es si también estaríamos
dispuestos a matar por ellas. En
mi línea de trabajo como escritor y activista a favor de la justicia social y
ambiental, me he topado varias veces con personas que han amenazado con matarme.
En mi experiencia, si uno renuncia decididamente a la opción de la violencia y
ni siquiera se prepara para ella, entonces puede entrar en juego una gama
completamente nueva de tácticas. La
verdad es que no existe nada más desconcertante que cuando uno trata de empezar
una pelea, le digan a uno, “Me puedes pegar si es necesario, pero no te
regresaré el golpe.” De cierta forma, esto pone en entredicho la racional de
la violencia: la violencia sólo entiende de violencia, y se confunde y tiene
que pensar dos veces cuando se enfrenta a lo opuesto. Recuerdo
una ocasión en una iglesia durante un servicio de sanación. Conciente de todo
el abuso espiritual que ha ocurrido en nombre de la religión, y de la
charlatanería que puede acompañar a esto de la “sanación”, estaba yo
sentado, un poco escéptico, al fondo del templo. Cerca de mí estaban dos
hombres: uno de ellos, un escocés blanco; el otro, un afroamericano. Durante
el primero canto, el escocés empezó a cantar con voz alta y disonante. Cuando
se hizo el silencio, aprovechó la oportunidad para gritar obscenidades,
incluyendo algunos comentarios bastante agudos y precisos sobre la hipocresía
de la iglesia institucional. Su amigo estadounidense, visiblemente apenado, lo
llevó afuera. Salí tras ellos, conciente de que quizás el hombre que estaba
alterado había venido a este servicio de sanación porque padecía alguna
enfermedad mental. Me les acerqué y dije, “Miren, si están aquí para buscar
sanación, vuelvan a entrar. Aquí hay gente que les puede ayudar.” “¿Y
quien demonios te crees que eres?”, me dijo, escupiendo agitadamente las
palabras con furia, y enfrentándome con actitud desafiante. En cuestión de
minutos, me estaba retando a una pelea, lanzando puñetazos a escasos milímetros
de mi cara para tratar de provocar en mí una respuesta instintiva. Amenazó con
matarme y yo sentí que hablaba en serio: parecía estar loco y ser lo
suficientemente fuerte como para lograrlo. Conseguí
mantener la calma. Le dije que podía pegarme si lo deseaba, pero que yo no le
iba a golpear a él. Ya antes me habían sacado sangre de esta manera y podría
volver a suceder. En este momento, algo muy extraño sucedió en mi conciencia.
Me sentía bastante asustado y a punto de perder el control. Sin embargo, fue
como si un campo de fuerza maravilloso hubiera descendido de las estrellas
literalmente. Era como una gran mano que me sostenía en un estado de perfecta
calma trascendental. Tenía
la firme convicción de que “todo estará bien, y todo saldrá bien”,
independientemente de que me atacara o no. Si me hubiera pegado, creo que no
hubiera sentido el golpe de una manera normal: al menos no en ese momento. La
respuesta que la no violencia le ofrece a la violencia no es la venganza en
especie, sino el asumir el sufrimiento. Sin embargo, como es evidente en
contextos como la Comisión de Reconciliación y Verdad de Sudáfrica, ese
sufrimiento puede, algunas veces, traer consigo una propiedad trascendental de
reconciliación. Poco
después, el que hubiera sido mi atacante terminó comiendo galletas con Helen
Steve, una trabajadora por la justicia y la paz de la comunidad, y tocando
canciones de Bach en el piano de la iglesia hasta muy entrada la noche. Al día
siguiente le dijo a Helen que “nunca había conocido tal amor” y decidió
unirse a la iglesia. “¿Sabes
quién era?”, me preguntó Helen. “¡Era R.D. Laing, el gran sicoterapeuta;
ése que está loco!” Ciertamente, su obituario, publicado el 8 de enero de
1990, decía, “Existen opiniones encontradas acerca de las creencias
religiosas de Laing, y los clérigos que asistieron a su funeral dijeron que
formó parte de la iglesia durante sus últimos cuatro años de vida, lo cual
sorprendió a sus parientes.” Por
supuesto que no estoy sugiriendo que unirse a la iglesia institucional es el
objetivo necesario de la no violencia. Tampoco estoy sugiriendo que mi papel esa
noche haya sido más que una pequeña parte de un proceso más grande, en el
cual otras personas como Helen tuvieron participaciones mucho más determinantes.
Lo que si estoy sugiriendo, no obstante, es que la no violencia puede abrir
puertas para tener experiencias y poderes que no se dan de manera normal en este
mundo. Existe aquí un camino que desechamos en perjuicio nuestro. También
debo agregar que, en retrospectiva, posiblemente no corría yo ningún peligro
real. Se trataba solamente de un sicodrama de la vida real, de esos que a Ronnie
Liang, autor de libros como The Divided Self y Knots (El Yo Dividido y
Nudos), le gustaba crear. ¡Dado su increíble conocimiento sicológico,
es muy posible que haya logrado que la situación pareciera mucho más
atemorizante de lo que en realidad era! De cualquier manera, la experiencia me
pareció más como una prueba y me dejó una enseñanza muy valiosa. Me
mostró que Mahatma Gandhi tenía razón cuando dijo que la no violencia es una
fuerza activa y no una fuerza pasiva. Gandhi dijo que la satyāgraha, como
él la llamaba, o “fuerza verdadera”, es nada menos que la espada del amor
divino. La no violencia, entonces, es vernos a nosotros mismos en verdadera
relación con el todo, con el resto de la vida con la que estamos
interconectados. Si la violencia es la ausencia de amor, la no violencia es la
presencia de la relación. Es el medio de conexión con aquello que da vida. Es
por esto que es tan difícil de explicar en lenguaje prosaico el porqué la no
violencia es importante y de dónde saca su poder. Ésta es la razón por la que
muchos de quienes luchan por la paz tienen dificultad para completar sus
argumentos. El argumento empieza en este mundo, pero no termina aquí. El
sufrimiento que uno toma de manera voluntaria es el sufrimiento del nacimiento,
y uno debe confiar en la vida más allá de la vida para obtener toda la
recompensa. Hay que recordar que la parte principal de nuestro ser nunca puede
ser exterminada, y que Dios siempre está de lado del sufrimiento. Al
igual que Jesús en la cruz; al igual que Gandhi herido por una bala, muchos
perderán sus vidas físicas a través de la no violencia. En este sentido, los
riesgos son los mismos que al usar la violencia. Pero de igual manera, existe
cada vez más evidencia de que la no violencia puede ser efectiva. Consideremos
la lucha de independencia de la India, la liberación de varios países del
bloque de Europa oriental, la revolución en las Filipinas, y la Comisión de
Reconciliación y Verdad de Sudáfrica. Todos estos casos demuestran que la no
violencia es una fuerza increíble en contra de la tiranía. Finalmente, regresando a la conferencia con los militares. ¿Cómo deberíamos haber lidiado con Irak? Deberíamos habernos negado a apaciguar a la muerte e insistido en realizar solamente acciones que dieran vida. Sadam hubiera caído de la misma manera que otros dictadores como Marcos y Ceausescu. Sí, esto hubiera significado sufrimiento masivo. Pero hubiera evitado que, como advirtió John Major, el exPrimer Ministro británico, sembráramos las semillas de un Armagedón perpetuo.
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25 October 2004
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