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 El Poder del Amor

El Poder del Amor

 

Por Alastair McIntosh

 


Este artículo se publicó por primera vez en Reino Unido, en la revista Resurgence, No. 219, Jul-Ago 2003, pp. 42-44. Fue traducido por Azucena Garza, quien conoció al autor en Schumacher College, en Inglaterra. Si desea reproducir este material, por favor solicite autorización enviando un correo, en inglés, a mail@alastairmcintosh.com .


Durante los últimos cinco años, he tenido la poco usual experiencia, para un cuáquero pacifista, de que se me pida hablar cada año ante 400 militares de alto rango en la escuela militar Joint Services Command and Staff College, la principal institución castrense de Gran Bretaña.

La audiencia está compuesta por asistentes de 60 países diferentes. Oficialmente, mi tarea consiste en hablar acerca de ‘la influencia que las organizaciones no gubernamentales tienen sobre el gobierno’. Estoy aquí para compartir estudios de caso sobre el desarrollo de campañas, tales como la reforma agraria en Escocia y la batalla que detuvo el proyecto de la pedrera Harris, que habría reducido una de las montañas sagradas de Escocia a un montón de piedras para asfalto. Pero en realidad he venido a hablar sobre lo que se encuentra en lo profundo, entre líneas, en ese gran frente de batalla que es lograr la paz en un mundo de fracturada justicia social y ecológica.

“Usted está aquí para ponernos a pensar”, me dice el Director Académico. “Todos estamos aquí porque deseamos la paz. Nuestros hombres y mujeres buscan la paz tanto como usted. El reto es cómo lograrla.” Muchos militares piensan que el pacifismo sólo puede existir mientras existan las armas nucleares.

Sin embargo, una y otra vez me dicen, “Necesitamos gente como tú para que nos recuerde dónde están los límites”. Y esto es lo que hace este encuentro tan interesante. Uno no se imaginaría que a los militares les importa mucho lo que los pacifistas piensen, pero a muchos de ellos sí. Su objetivo implícito es sentirse “seguros” de que aunque son ‘pecadores’, están ‘justificados’

Mi objetivo es mostrar que la no violencia es una fuerza de cambio que emplea el poder de manera efectiva pero nada tiene que ver con la cobardía. A manera de reciprocidad, dejo que me cuestionen, aceptando que efectivamente es posible que todos estemos ocupando diferentes posiciones en este frente de batalla para la paz. Es posible que sin su resguardo nuclear, nunca hubiera surgido la libertad de cuestionar su ética

Quién sabe, quizás como parte de los secretos y misterios del universo, el mundo necesita de ambos: los que pelean y los que están completamente comprometidos con la no violencia. Quizás exista una relación más compleja de la evidente entre la guerra y la paz. Cuando algún soldado se me acerca después de dar mi charla y me pregunta si debería dejar las fuerzas armadas, les cuento lo que George Fox, el fundador de la tradición cristiana conocida como cuaquerismo, le dijo a otro cuáquero, William Penn (fundador del estado de Pennsylvania en Estados Unidos). Penn estaba preocupado porque no sabía si debería seguir portando una espada. Fox le aconsejó, “Úsala mientras puedas”

“Cuando recién ingresamos a las fuerzas armadas las cosas eran sencillas”, me han dicho muchos oficiales. “Los rusos estaban allá, nosotros estábamos acá, y era nuestro trabajo mantener así las cosas. Hoy día, a menudo es menos claro el porqué estamos peleando. Es por esto que estamos abiertos a gente como usted.

Es imposible no sentirse conmovido e impresionado. Éstas son personas de integridad y dignidad. Efectivamente, al calor de la guerra la gente decente puede hacer cosas terribles. Pero la emoción de poder atacar no es, de ninguna manera, la razón por la que el noventa por ciento de ellos están aquí

Conforme nos vamos sintiendo más cómodos los unos con los otros y mi presentación llega a su fin, como mísiles empiezan caer las preguntas. Aunque es una especie de fuego amistoso, estoy acorralado.

“Entonces, ¿qué haría usted con relación a las inspecciones de armas”?, me pregunta un policía militar de alto rango

“Empezar por inspeccionar Faslane – nuestra propia base nuclear submarina.”

“¿Y Saddam?”, me cuestiona un comandante de la armada.

“Un ‘monstruo’ creado por nosotros”, sugiero. “¿Dónde estaban ustedes cuando Occidente le dio armas y él gaseó a su propio pueblo? ¿Qué estaban ustedes haciendo cuando gente como yo mandábamos nuestras cartas de Amnistía Internacional al Primer Ministro y nos ignoraban o nos tomaban a la ligera?”

“¿Y qué haría usted si alguien atacara su casa?”, me pregunta un oficial naval de Kuwait.

“Ya me ha sucedido, cuando estaba viviendo fuera del país”, puedo responder. “Se llevaron todo mientras amenazaban con un cuchillo a una amiga que dormía en el piso de abajo con nuestros hijos. Si hubiéramos tenido un revólver, como muchos extranjeros, a ella seguramente la hubieran degollado.”

“¿Y qué me dice de la violación sexual?”, interviene un piloto.

Así que les cuento una historia verdadera sobre la no violencia. Era 1995 y yo estaba viviendo en un hermoso pero violento país del tercer mundo. Yo era amigo cercano de la familia de un profesor de historia australiano que trabajaba en la universidad—como yo, también era un cuáquero—. Una noche, 14 jóvenes de un barrio pobre cercano rodearon el auto de su hija de 17 años. La secuestraron y entre todos la violaron.

Normalmente, la policía hubiera arreglado esto a ‘ojo por ojo’. Hubieran ido a destrozar el barrio y golpear a la gente. Pero en esta ocasión no fue así. La hija pidió a su padre con firmeza que encontrara una manera de “tocar sus corazones”. La violación sexual sólo se puede dar en la ausencia de empatía. Para romper el ciclo de abuso, es necesario reestablecer la capacidad de sentir.

La familia le pidió al jefe de la policía que no hubiera represalias. El padre y yo fuimos al barrio y pedimos hablar con los líderes. Dijeron estar muy apenados por lo sucedido. Era difícil para ellos controlar a sus jóvenes que estaban amargados por la pobreza y desesperanza. Se sentían aliviados de no haber sufrido una paliza.

Les dijimos que la chica deseaba que se suavizaran los corazones, no que se endurecieran.  Ella deseaba lo que en la cultura de estas personas fuera una ceremonia adecuada de confesión y reconciliación.

De tal forma que luego nos encontramos frente a las puertas de la universidad y toda la gente del barrio llegó para ofrecer disculpas en medio del sonido de tambores y la ofrenda de muchos regalos. A la cabeza de la procesión iban 14 jóvenes. Muchos tenían lágrimas en los ojos. No se esperaban tal muestra de humanidad.

Aunque la tasa de reincidencia posiblemente no sería de cero, sí sería mucho menor que si se les hubiera pagado con la misma moneda. Efectivamente, se habían tocado corazones. Esto también sugiere un contraste muy importante entre la violencia y la no violencia. Éstas operan en diferentes escalas de tiempo. La lógica de la violencia sólo tiene sentido en el corto plazo. La no violencia, sin embargo, implica un enfoque de largo plazo y de visión más amplia.

Algunos de los militares presentes le dan poca importancia a este tipo de historias. “Admiro su valor”, dicen, “pero francamente, creo que usted está loco. Quizás las cosas funcionan así en el cielo, pero no es una manera realista de enfrentar al mundo.”

Otros ven que la no violencia es una manera diferente de lograr el poder. Se trata de cómo el amor del poder cede al poder del amor. Finalmente, es preferir morir que matar. Se trata de que uno diga: en efecto, uno tiene el derecho proporcional de atacar en defensa propia, pero uno también tiene la opción de renunciar a ese derecho. Estamos hablando de un poder que puede ser mayor que la fuerza coercitiva o la sicología del miedo. Estamos hablando de la sicología del convencimiento. Estamos hablando, incluso, de la espiritualidad de la transformación.

En mi experiencia, y ya he hablado ante algunos 2,000 oficiales de alto rango, los militares sienten respeto por esto. No soportan a los cobardes, pero sí tienen tiempo para aquellos que, como cualquier guerrero, se enfrentan a la muerte cara a cara. Saben, también, que cualquier tonto puede vivir en conflicto, pero que se necesita de valor para vivir en paz.

Concluyo haciendo énfasis en que lo que tenemos en común es la disposición a morir por nuestras creencias. La diferencia, sin embargo, es si también estaríamos dispuestos a matar por ellas.

En mi línea de trabajo como escritor y activista a favor de la justicia social y ambiental, me he topado varias veces con personas que han amenazado con matarme. En mi experiencia, si uno renuncia decididamente a la opción de la violencia y ni siquiera se prepara para ella, entonces puede entrar en juego una gama completamente nueva de tácticas.

La verdad es que no existe nada más desconcertante que cuando uno trata de empezar una pelea, le digan a uno, “Me puedes pegar si es necesario, pero no te regresaré el golpe.” De cierta forma, esto pone en entredicho la racional de la violencia: la violencia sólo entiende de violencia, y se confunde y tiene que pensar dos veces cuando se enfrenta a lo opuesto.

Recuerdo una ocasión en una iglesia durante un servicio de sanación. Conciente de todo el abuso espiritual que ha ocurrido en nombre de la religión, y de la charlatanería que puede acompañar a esto de la “sanación”, estaba yo sentado, un poco escéptico, al fondo del templo. Cerca de mí estaban dos hombres: uno de ellos, un escocés blanco; el otro, un afroamericano.

Durante el primero canto, el escocés empezó a cantar con voz alta y disonante. Cuando se hizo el silencio, aprovechó la oportunidad para gritar obscenidades, incluyendo algunos comentarios bastante agudos y precisos sobre la hipocresía de la iglesia institucional. Su amigo estadounidense, visiblemente apenado, lo llevó afuera. Salí tras ellos, conciente de que quizás el hombre que estaba alterado había venido a este servicio de sanación porque padecía alguna enfermedad mental. Me les acerqué y dije, “Miren, si están aquí para buscar sanación, vuelvan a entrar. Aquí hay gente que les puede ayudar.”

“¿Y quien demonios te crees que eres?”, me dijo, escupiendo agitadamente las palabras con furia, y enfrentándome con actitud desafiante. En cuestión de minutos, me estaba retando a una pelea, lanzando puñetazos a escasos milímetros de mi cara para tratar de provocar en mí una respuesta instintiva. Amenazó con matarme y yo sentí que hablaba en serio: parecía estar loco y ser lo suficientemente fuerte como para lograrlo.

Conseguí mantener la calma. Le dije que podía pegarme si lo deseaba, pero que yo no le iba a golpear a él. Ya antes me habían sacado sangre de esta manera y podría volver a suceder. En este momento, algo muy extraño sucedió en mi conciencia. Me sentía bastante asustado y a punto de perder el control. Sin embargo, fue como si un campo de fuerza maravilloso hubiera descendido de las estrellas literalmente. Era como una gran mano que me sostenía en un estado de perfecta calma trascendental.

Tenía la firme convicción de que “todo estará bien, y todo saldrá bien”, independientemente de que me atacara o no. Si me hubiera pegado, creo que no hubiera sentido el golpe de una manera normal: al menos no en ese momento. La respuesta que la no violencia le ofrece a la violencia no es la venganza en especie, sino el asumir el sufrimiento. Sin embargo, como es evidente en contextos como la Comisión de Reconciliación y Verdad de Sudáfrica, ese sufrimiento puede, algunas veces, traer consigo una propiedad trascendental de reconciliación.

Poco después, el que hubiera sido mi atacante terminó comiendo galletas con Helen Steve, una trabajadora por la justicia y la paz de la comunidad, y tocando canciones de Bach en el piano de la iglesia hasta muy entrada la noche. Al día siguiente le dijo a Helen que “nunca había conocido tal amor” y decidió unirse a la iglesia.

“¿Sabes quién era?”, me preguntó Helen. “¡Era R.D. Laing, el gran sicoterapeuta; ése que está loco!” Ciertamente, su obituario, publicado el 8 de enero de 1990, decía, “Existen opiniones encontradas acerca de las creencias religiosas de Laing, y los clérigos que asistieron a su funeral dijeron que formó parte de la iglesia durante sus últimos cuatro años de vida, lo cual sorprendió a sus parientes.”

Por supuesto que no estoy sugiriendo que unirse a la iglesia institucional es el objetivo necesario de la no violencia. Tampoco estoy sugiriendo que mi papel esa noche haya sido más que una pequeña parte de un proceso más grande, en el cual otras personas como Helen tuvieron participaciones mucho más determinantes. Lo que si estoy sugiriendo, no obstante, es que la no violencia puede abrir puertas para tener experiencias y poderes que no se dan de manera normal en este mundo. Existe aquí un camino que desechamos en perjuicio nuestro.

También debo agregar que, en retrospectiva, posiblemente no corría yo ningún peligro real. Se trataba solamente de un sicodrama de la vida real, de esos que a Ronnie Liang, autor de libros como The Divided Self y Knots (El Yo Dividido y Nudos), le gustaba crear. ¡Dado su increíble conocimiento sicológico, es muy posible que haya logrado que la situación pareciera mucho más atemorizante de lo que en realidad era! De cualquier manera, la experiencia me pareció más como una prueba y me dejó una enseñanza muy valiosa.

Me mostró que Mahatma Gandhi tenía razón cuando dijo que la no violencia es una fuerza activa y no una fuerza pasiva. Gandhi dijo que la satyāgraha, como él la llamaba, o “fuerza verdadera”, es nada menos que la espada del amor divino. La no violencia, entonces, es vernos a nosotros mismos en verdadera relación con el todo, con el resto de la vida con la que estamos interconectados. Si la violencia es la ausencia de amor, la no violencia es la presencia de la relación. Es el medio de conexión con aquello que da vida.

Es por esto que es tan difícil de explicar en lenguaje prosaico el porqué la no violencia es importante y de dónde saca su poder. Ésta es la razón por la que muchos de quienes luchan por la paz tienen dificultad para completar sus argumentos. El argumento empieza en este mundo, pero no termina aquí. El sufrimiento que uno toma de manera voluntaria es el sufrimiento del nacimiento, y uno debe confiar en la vida más allá de la vida para obtener toda la recompensa. Hay que recordar que la parte principal de nuestro ser nunca puede ser exterminada, y que Dios siempre está de lado del sufrimiento.

Al igual que Jesús en la cruz; al igual que Gandhi herido por una bala, muchos perderán sus vidas físicas a través de la no violencia. En este sentido, los riesgos son los mismos que al usar la violencia. Pero de igual manera, existe cada vez más evidencia de que la no violencia puede ser efectiva. Consideremos la lucha de independencia de la India, la liberación de varios países del bloque de Europa oriental, la revolución en las Filipinas, y la Comisión de Reconciliación y Verdad de Sudáfrica. Todos estos casos demuestran que la no violencia es una fuerza increíble en contra de la tiranía.

Finalmente, regresando a la conferencia con los militares. ¿Cómo deberíamos haber lidiado con Irak? Deberíamos habernos negado a apaciguar a la muerte e insistido en realizar solamente acciones que dieran vida. Sadam hubiera caído de la misma manera que otros dictadores como Marcos y Ceausescu. Sí, esto hubiera significado sufrimiento masivo. Pero hubiera evitado que, como advirtió John Major, el exPrimer Ministro británico, sembráramos las semillas de un Armagedón perpetuo.

 

 

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